Como no enamorarse de un país denominado con el poético nombre de Sol Naciente. Japón es único, a menudo difícil de entender entre los viajeros occidentales, pero siempre sorprendente y apasionante.
Japón se debate y trata de amalgamar la vida tradicional y la modernidad más extrema. Por eso hoy os propondremos una de las más agradables y singulares experiencias que hemos vivido en nuestros numerosos viajes por el país asiático.
Para ello deberemos abrazar la lentitud, ser curiosos y cumplir la máxima viajera de “donde fueres haz lo que vieres “
Viajaremos hasta el Monte Koya ( Koyasan ) en la prefectura de Wakayama. Situado en la península de Kii este enclave es el corazón espiritual de Japón. Muchos japoneses acuden hasta allí como turistas pero otros muchos lo hacen en peregrinación ya que Koyasan es el centro más importante del budismo Shingon japones fundado por Kobo Daishi hace más de 1.200 años.
Hace tiempo decidí vivir esta experiencia denominada “shukubo” (dormir en un templo budista) y desde luego os la recomiendo. No hay que ser budista para poder disfrutar de esta experiencia, tan solo querer conocer la vida interna de un monasterio budista japonés. Opciones muchas, más de 50 monasterios de Koyasan ofrecen esta posibilidad de alojamiento.
Llegue al monasterio Kumagaiji, construido en el año 837, tras un largo deambular por el país. Quería reposar por un par de días y asimilar en mi mente todo lo vivido en ese viaje. Necesitaba retirarme y disfrutar de un entorno de paz, tranquilidad y belleza. Sin duda lo conseguí.
Nada más llegar me asignaron la habitación reservada, en mi caso con baño afuera de la misma y compartido. Descalzo me dirigí por un largo pasillo acariciando con mis pies el lustroso suelo de madera. Casi todo en este lugar, hasta el caminar, se convertía en algo ceremonial. La habitación era pequeña, espartana, sencilla, no necesitaba nada más. El suelo era de tatami, esa paja entrelazada de olor característico.
Dejé mi pequeña mochila en un rincón y me vestí con la yakuta, salí al precioso jardín, todo allí era quietud y armonía. El jardín era una obra de arte y así están concebidos en Japón, como un lugar para engrandecer el espíritu. Había pequeños estanques con carpas rojas que nadaban sigilosamente, las observé pacientemente y perdí la noción del tiempo. El allí y el ahora era lo más importante.
Regrese a la habitación, a la hora anunciada tenia la cena preparada.
La comida “shojuryori”, comida de devotos, que se sirve en los monasterios es vegetariana, austera pero muy nutritiva. No se consume ajo, cebolla o huevo y sus principios están basados en el “shugendo“, un conjunto de prácticas místicas y espirituales que buscan el bien del cuerpo y también el de la mente. Al ser el 5, el número de la perfección en el budismo, este es primordial también en la comida. Se combinan los cinco sabores, dulce, acido, salado, agrio, y picante, también los cinco colores, verde, amarillo, rojo, negro y blanco y también 5 formas de cocinar, alimentos crudos, cocidos, fritos, plancha y al vapor. Todo un despliegue de sabores, texturas y decoración. Una delicia para los sentidos.
Antes de acostarme asistí, en la sala principal del templo, a una ceremonia religiosa donde los monjes recitaban diversos mantras. La atmosfera era hipnótica y la cadencia del sonido llevaba a la mente a un estado de profunda quietud.
Sobre el tatami de mi habitación me habían preparado el futón, ya solo me quedaba cerrar los ojos y dormir. Mi primera noche en un monasterio budista concluía.
Al día siguiente madrugue, a las 5, otra vez el número mágico, tocaron diana.
Voluntariamente asistí a otra ceremonia y a una práctica de meditación, no había mejor manera para comenzar el día. Un monje de cara dulce y sonriente me obsequio y anudo en mi muñeca una pequeña pulsera trenzada de hilos por haber participado en la ceremonia, le saludé con respeto agradeciendo su gesto y partí al desayuno.
Con la panza llena partí al cementerio Okunoin, donde más de 200.000 tumbas rodeadas de cedros centenarios reciben al visitante mostrándonos lo transitorio de nuestra existencia, pero de este lugar os hablare en otra ocasión.
Abandone Koyasan al día siguiente con la satisfacción de haber dormido en un monasterio budista. No había sido un alojamiento lujoso, pero sentí que por muchos motivos para mi había sido un lujo estar allí.
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