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La Amazonía peruana es un destino de experiencias.

Actualizado: 16 sept 2019


Durante nuestra visita a Perú no queríamos perdernos la oportunidad de explorar la gran biodiversidad de su selva. La Amazonía peruana comprende un extenso territorio desde la cordillera de los Andes hasta los límites con Ecuador, Colombia, Brasil y Bolivia. Además de ser reconocida como una de las áreas con mayor biodiversidad del planeta, es la región donde vive la mayor parte de las etnias indígenas del país.

En esta ocasión decidimos visitar el lago Sandoval, que con forma de media luna se encuentra situado en la Reserva Nacional de Tambopata, famoso por ser un santuario para la fauna local. Para llegar, tomamos un vuelo desde Cusco a la ciudad de Puerto Maldonado, paso obligado para la exploración de esta región de la Amazonía peruana. Desde nuestra llegada al aeropuerto, comenzamos un programa de 4 días alojados en unas cabañas a orillas del río Madre de Dios, alejados de la civilización y en mitad de la selva.

El primer día, nos recogieron en el aeropuerto y fuimos hasta un pequeño muelle conocido como Puerto Capitanía, donde tomamos un bote para llegar, río abajo, a nuestro alojamiento. Al llegar, tan solo unas escaleras de madera desde el canal hacia la vegetación mostraban un posible camino. Bajamos y seguimos un corto sendero hasta el frente de una amplia cabaña de madera que sirve de salón y comedor, presidido por un pequeño altillo con sillas y vistas privilegiadas. En una cabaña separada, encontramos las habitaciones, dejamos nuestras pertenencias y volvimos a la cabaña principal donde nos esperaba nuestro guía: Jonathan. Un joven amante de las aves y los animales en general, que nos mostraba desde kilómetros lo que luego conseguíamos ver nosotros a unos metros.

Tras algunas indicaciones de seguridad bastante útiles, nos invitó a aventuramos a la Isla de los Monos en un bote conocido localmente como Pecamari, una especie de canoa motorizada con cubierta. Al desembarcar, realizamos un recorrido a pie donde avistamos numerosas aves, pero lamentablemente no conseguimos ver a los monos capuchinos que le dan el nombre a la isla. En nuestro camino de regreso, encontramos un caimán blanco –de agua rápida- tomando el sol a la orilla del río. Nos cuentan que la actividad nocturna de la fauna del sector es incluso mayor a la que se puede ver durante el día, y el guía nos animó a explorar con él los alrededores de las cabañas esa misma noche. Entusiasmados y armados con linternas nos adentramos en la vegetación, donde Jonathan en cada paso nos mostraba insectos, ranas de colores, tarántulas y una araña Látigo, que aunque no es venenosa tiene un aspecto aterrador- sus patas miden más de 20 centímetros y tiene pinzas como si fuera un escorpión-.

El segundo día, nos preparamos para visitar el ansiado Lago Sandoval. Después del desayuno, embarcamos de nuevo en nuestro bote. Mientras navegábamos comenzamos a preocuparnos porque amenazaba con llover y según nos contaban, los animales se esconden con la lluvia. Al llegar, recorrimos el sendero de unos 3 kilómetros que separa el río Madre de Dios del lago Sandoval, un fabuloso recorrido en un bosque primario donde la ruta cruza zonas lodosas. Al finalizar el sendero nos esperaban las canoas y, a remo, emprendemos la ruta hacia el centro del lago. En el camino, escuchamos aullidos de monos, y poco después sobre el frondoso cielo aparecieron varias familias de monos cruzando de lado a lado el estrecho canal por donde nos adentrábamos. Justo a nuestra llegada, como un recibimiento, comenzó a llover de forma inesperada y exagerada. Tras unos minutos de contemplación y en silencio escuchando la fuerte lluvia y completamente empapados, remamos más rápido para llegar a una pequeña cabaña que nos acogería para comer; nuestro menú: arroz con pescado envuelto en hojas de plátano. Seguimos nuestro paseo en canoa descubriendo nuevas aves, entre ellas la más vistosa: el hoatzin, un ave prehistórica llamativa por su plumaje en la cabeza y aspecto arcaico. Continuamos y nuestro guía nos señala un lugar del río donde cree haber visto nutrias gigantes, una especie difícil de ver incluso en esta selva. Remamos más rápido y al llegar al sitio indicado aparecieron 6 nutrias que nadaban a nuestro alrededor. Estaban pescando, sacaban la cabeza para mirarnos y volvían a sumergirse; una de ellas en la orilla se estaba comiendo una piraña que agarraba hábilmente con la mano. Eufóricos por la suerte que habíamos tenido, seguimos nuestro camino de regreso al alojamiento. En la noche, nos esperaba otra excursión nocturna, una navegación por el río en búsqueda de caimanes. Salimos nuevamente en el bote y con una linterna fuimos alumbrando en plena oscuridad trozos de la orilla del rio. Los vemos, el brillo de la luz en sus ojos refleja dos puntos rojos en plena oscuridad. Nos acercamos, y los guías nos dicen que según el tamaño de su morro, podemos calcular el tamaño y la edad aproximada de cada caimán.

El tercer día, en la mañana, navegamos por los aires a través de puentes colgantes y tirolinas entre árboles centenarios de más de 40 metros de altura. Un lugar con vistas impresionantes en mitad del bosque, perfecto para estas actividades de aventura. En la tarde, nos dirigimos a otro sector del río donde visitamos una comunidad indígena de la etnia Machiguenga, donde nos recibió el jefe de la comunidad, que nos invitó a pasar y sentarnos en unos bancos que bordean su cabaña, y nos presentó a su familia, quienes uno a uno nos ofrecieron una muestra de sus cantos y melodías musicales ancestrales. Con ellos, probamos tiro con arco y jugamos a la peonza-de madera-, utensilios fabricados por ellos mismos. Terminamos esta inmersión en sus vidas bailando con ellos, corriendo en círculos de la mano al ritmo del tambor que hacía sonar el abuelo de la familia.

El cuarto día, muy temprano, en la madrugada, nos dirigimos a una colpa, una ladera de arcilla donde los loros se aglomeran para ingerir pequeños trozos y así contrarrestar los efectos de las toxinas que contienen algunos frutos verdes que comen en la selva. Tras este espectáculo y ver amanecer en el río, regresamos a las cabañas, donde ya nos sentíamos como en casa. Después del desayuno tocaba el regreso en bote hasta el puerto Capitanía.

En el aeropuerto, conversamos con otros visitantes que nos contaron sus experiencias, en la que se incluía haber podido fotografiar un jaguar y otros magníficos animales. Como es habitual, vivencias diferentes que la selva peruana ofrece a cada uno de sus huéspedes haciendo cada visita impredecible y única. La Amazonía peruana es un destino definitivamente repetible.


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