Ya nadie duda que la cuna de la Humanidad está en África, de allí parece que salimos todos hace algún tiempo y quizás por este lejano recuerdo siempre me encanta volver al continente negro.
Los primeros homínidos surgieron en las planicies africanas hace miles de años, habitaban entre los arboles pero uno de ellos decidió poner un día el pie en tierra y ese simple hecho, aunque nadie pronunciara entonces la famosa frase, fue también “un gran paso para la Humanidad”.
Aquellos homos tuvieron que erguirse para ver los peligros que les acechaban en las extensas planicies y fue entonces cuando comenzaron a caminar y a explorar, cosa que por cierto no hemos dejado de hacer los humanos desde entonces.
Uno de los lugares donde más fauna salvaje se puede observar en África es en el Parque Nacional de Masai Mara en el sudoeste de Kenia, lugar donde se encuentra el Governor´s Camp, uno de los alojamientos más singulares y espectaculares de África y que cuenta entre sus ilustres huéspedes al expresidente norteamericano Jimy Carter, el magnate Bill Gates, el director de cine George Lucas o la actriz Brook Shields entre otros.
El Governor´s Camp fue creado por el hijo de un ingeniero ferroviario que llego al este de África para trabajar en la construcción del ferrocarril que uniría el interior del continente africano con las costas de Tanganica. Fue bautizado con ese nombre como homenaje a los gobernadores británicos que disfrutaban allí de su residencia de verano.
Llegué al legendario alojamiento, que por cierto fue el primero en disponer de tiendas de campaña fijas en África, en un vehículo 4X4, enseguida me asignaron una espaciosa tienda situada sobre la orilla del rio Talek, frente a mí, había unos hipopótamos bañándose y unas jirafas comiendo pacientemente. El emplazamiento era perfecto.
He viajado en numerosas ocasiones por diferentes parques nacionales africanos y puedo presumir de haber observado a los denominados “cinco grandes”, leones, búfalos, rinocerontes, elefantes y leopardos. Pero tengo que confesar que siento una especial predilección por el guepardo, “cheeta”, quizás el más esquivo de todos los felinos, ya que suele estar agazapado hasta que sale a cazar. Es un animal muy rápido, el más veloz de la Tierra, pudiendo alcanzar una velocidad punta de 115 km/h.
Thomas, mi guía, vino corriendo a mi tienda, alguno de los “ranger” del parque le había avisado que teníamos mucha suerte ese día, habían localizado un majestuoso ejemplar que acababa de cazar a una gacela Thompson, enseguida nos pusimos en movimiento.
Dimos vueltas y más vueltas con el vehículo por la zona indicada, Thomas miraba atento pero nada, parecía que el esquivo felino se nos escabulliría, lo teníamos frente a nuestras narices pero no conseguíamos verlo, pero cuando estábamos a punto de abandonar la búsqueda, de pronto, allí lo teníamos frente a nosotros encaramado sobre un árbol, tumbado sobre una rama, a su lado se encontraba la gacela muerta, resultaba difícil adivinar como habría conseguido subir aquel enorme peso hasta esa altura. Nos acercamos lentamente, era fácil escuchar los desgarros dela carne al ser mordisqueada por el felino. Estaba tranquilo disfrutando de su apetitoso festín, sabía que a esa altura ningún otro animal sería capaz de arrebatarle la presa.
Tras un rato de paciente observación decidimos volver al campamento, de camino, el cielo comenzó a oscurecerse y en un instante empezó a llover. El olor dulzón a tierra mojada en un entorno salvaje como este de Masai Mara es difícil de olvidar. La lluvia no siempre huele igual.
Quizás uno de los grandes alicientes de los viajes de naturaleza es que nunca se sabe con lo que uno se va a encontrar. La naturaleza salvaje y lo que allí suceda no se puede planificar. Cada instante es diferente y nunca se repetirá de la misma manera. Los itinerarios se pueden preparar por internet a través de la pantalla de un ordenador, pero afortunadamente muchas cosas quedaran siempre al azar.
Como saber cuándo cazara un leopardo, en que instante un cocodrilo se lanzara al rio, cuantos elefantes veremos caminar pacientemente, estas y otras muchas situaciones que no se pueden regir bajo los dictados de un programa predeterminado e inamovible. ¡Bendita África!
A este viaje me lleve de compañero el libro, El sueño de África, de Javier Reverte del que rescato un maravilloso texto: “Creo que el ojo del hombre debe ver las cosas por sí mismo, respirar con sus propias narices los aromas de las plantas, de los animales y de los otros hombres; tocar con sus manos las manos de hombres de otras razas, pisar con sus propios pies las tierras más lejanas. El alma del hombre tiene que recuperar la pasión de la aventura y no esperar a que se la sirvan en la pantalla de un televisor o en las salas del cinematógrafo. Y la gran aventura es siempre el viaje. Deberíamos viajar sin tregua”.
Nada más que añadir.
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