En el año 1.293 Marco Polo, en viaje de regreso de China a Persia, hizo escala en Ceylán, hoy Sri Lanka, la Perla de Oriente, y dijo: “Si hay un paraíso en la Tierra, ese esta sin duda en este lugar”. Desde luego no seré yo quien ose llevar la contraria al insigne viajero.
Llevaba ya recorrida una buena parte de la isla situada en el Océano Indico, cuando alguien me recomendó visitar Hortons Plains, “allí encontrara paisajes maravillosos y muy diferentes a los del resto del país”, me dijo. Confieso que al llegar no sabía casi nada del lugar, pero algo había hecho que me decantara por hacer caso a aquella persona, y visitar aquel paraje que, al menos por aquellos años, no era muy conocido entre los visitantes extranjeros. Quizás fuera que allí se encontraba el acantilado llamado Fin del Mundo y también las cascadas Baker, bautizadas así en honor al famoso explorador británico Samuel Baker, que vivió en la isla durante 12 años, y que junto a su esposa fue uno de los que más hizo por descubrir las ansiadas fuentes del Nilo. En mis muchas singladuras viajeras a menudo me dejo guiar por los nombres de los lugares y estos determinan si incluirlos o no en mi periplo. Esta vez tampoco me equivoqué haciendo caso al consejo dado y a mi intuición.
Me aloje en un pequeño hotel cuya arquitectura era típicamente inglesa. Me recomendaron que al día siguiente madrugara porque de lo contrario a veces la niebla jugaba malas pasadas. Les hice caso y comencé mi paseo cuando todavía no había amanecido. El Parque Nacional de Hortons Plains está repleto de densos bosques con árboles cubiertos de musgo. El camino hasta el mirador es fácil, pero hay que tener precaución ya que a veces el sendero discurre por el antiguo cauce de un rio y sus numerosos cantos rodados son inmejorables para provocar una buena torcedura. El mirador es una especie de terraza de piedra situada a casi 900 metros de caída vertical, la vista era sobrecogedora. Tuve suerte porque al poco de estar allí, la niebla, tal como me habían anunciado, comenzó a subir. En unos instantes no se veía nada.
Sentí lo mismo que el gran naturalista Thoreau cuando en su libro, Una semana en los ríos Concord y Merrimack, escribió:” Me levante temprano, y me encarame a la cima de esta torre para ver amanecer. A medida que aumentaba la luz descubrí a mi alrededor un océano de niebla que llegaba exactamente hasta la base de la torre, y se cerraba sobre cada rincón de la tierra, mientras yo flotaba como un náufrago en aquel fragmento del mundo, en mi tablón tallado sobre la tierra de las nubes.”
Desande lo andado para regresar a mi punto de partida. En los casi 10 kilómetros del paseo demoré casi cinco horas, lo hice lentamente con muchas paradas para disfrutar del paisaje y también intentando avistar al esquivo ciervo sambar, endémico de la región, pero no lo conseguí. Aunque ya se sabe que en los viajes siempre hay que dejar cosas pendientes para así volver de nuevo.
Yo ya tengo un buen motivo para regresar a los maravillosos paisajes y senderos de las Llanuras de Hortons.
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