Siempre he mantenido que las situaciones inesperadas y las sorpresas son con frecuencia los recuerdos más memorables en los viajes. Esos momentos únicos e irrepetibles que no están escritos en el programa del viaje se convierten en lo más sabroso del mismo.
Y eso mismo me paso en un apasionante viaje por el archipiélago de las Bijagos de Guinea Bissau en pleno Océano Atlántico.
El objetivo de aquel periplo era observar a los imponentes hipopótamos de agua salada, un ejemplar único de esta especie y también el desove o nacimiento de las tortugas verdes marinas.
Los tremendos hipopótamos suelen encontrase en zonas inundadas, ese es su hábitat favorito, pero al atardecer deciden desplazarse hasta la playa para bañarse plácidamente en el mar. Un curioso espectáculo sin duda.
La isla sagrada de Poilao está deshabitada desde tiempos inmemoriales siendo venerada por los habitantes del archipiélago. Su visita esta estrictamente controlada y una vez allí no está permitido pelear, derramar sangre, matar a un animal o mantener relaciones sexuales, los infractores tendrán que asumir el enfado de los espíritus y sus temibles consecuencias. Y es precisamente en esta isla donde las tortugas verdes marinas depositan miles de huevos entre los meses de agosto y noviembre. Lo hacen en unos tremendos hoyos que las hembras excavan en la arena de la playa y que luego tapan tras un esfuerzo titánico. Tras sesenta días de incubación las pequeñas tortuguitas rompen los huevos, salen del hoyo y parten a toda prisa guiadas por un instinto ancestral hacia la orilla del mar. Es muy emocionante asistir a este espectáculo y ver el inicio de nuevas vidas. Naturaleza salvaje en estado puro.
Pero tanto el avistamiento de los hipopótamos como el de las tortugas estaban mas o menos previstos, sabíamos de antemano el lugar, la hora, nos lo habían explicado todo con antelación y el guion se cumplió.
Pero lo que nadie me anuncio, porque nadie lo sabía, era que uno de los días mientras regresábamos en unas ligeras embarcaciones tras haber realizado una excursión por una especie de canales de frondosa vegetación, apareció nadando muy cerca de nosotros, un extraño animal. Era de color blanco y de cola redondeada en forma de paleta, tenía un par de aletas. Alguien exclamo con gran alegría, “un manatí” y efectivamente allí estaba ese animal cargado de leyendas. Ya Colon y los navegantes del siglo XV hablaron de este enigmático animal como si de una fantástica sirena se tratara. Eran tiempos de descubrimientos y de encontrase en aquellas exóticas geografías animales desconocidos. La imaginación y fantasía hacían el resto.
Quizás haya sido el animal que menos tiempo he tenido la oportunidad de observar, fue tan solo un instante. Nunca más lo he vuelto a ver, pero aquel momento mágico e inesperado que viví no se me olvidara nunca.
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