¿A qué lugar del mundo crees que nos llevará Mapamundi en esta ocasión?
Paul Theroux confiesa en su libro Las islas felices de Oceanía: “Los turistas no saben dónde han estado. Los viajeros no saben adónde van”
Hay nombres como Samarcanda, Tamanrasset, el Amazonas, Tibet y otros que provocan en muchos de nosotros el deseo de viajar y pisar esos lugares lejanos. Eso me paso a mí con las Islas Cook, un pequeño país situado en el Océano Pacífico.
Siempre consideré al capitán James Cook como uno de los más ilustres exploradores. Alguien que como yo es amante de los mapas, tiene que sentir admiración por aquel insigne marino que recorrió el Pacífico durante tres largos y azarosos viajes perdiendo la vida a mano de los nativos de Hawái en el último de ellos. Nadie antes, y quizás tampoco después, hizo tanto como el capitán James Cook por corregir y ampliar los mapas del mundo. El Pacífico fue su territorio y a partir de sus mapas y cartas de navegación aquellos mares se convirtieron en un lugar mucho más fácil de transitar. Para mí era obligado viajar a un país cuyo nombre rendía homenaje al ilustre marino.
Volé a Raratonga, la isla más grande de las 15 que completan el archipiélago de las Cook, desde Nueva Zelanda. Varias cosas me sorprendieron al llegar. El color azul del mar y del cielo, que casi todos los lugareños eran gordos, muy gordos, y que todos los lugares, salvo las iglesias, estaban cerrados los domingos, y cuando digo todos, son todos. Los domingos están hechos para descansar y para estar con la familia y amigos.
Al día siguiente de mi llegada volé en un pequeño avión de hélice a Aitutaki, considerada por muchos como una de las mejores playas del mundo, ahí es na´. La isla tiene menos de 2 kilómetros de ancho y apenas 6 de largo, es muy verde, está rodeada por una laguna de aguas azules y esta a su vez queda también rodeada, a modo de muralla protectora, por una barrera de coral donde rompen las olas. Es la viva imagen del paraíso.
En Aitutaki, según se mire, hay mucho o poco que hacer. Stephen, un simpático y siempre sonriente camarero del hotel donde me aloje me dijo: “Aquí todos preguntan nada más llegar que cosas pueden hacer, y resulta que la isla es el lugar idóneo para no hacer nada”.
Confieso que los primeros días cuesta desconectar y que no hacer nada, no es nada fácil. Yo, al bueno de Stephen le hice caso a medias, estuve relajado pero también practique kayak, bucee en aguas cristalinas, subí al monte Mangaupu, la máxima altura de la isla para desde allí disfrutar de unas vistas extraordinarias, asistí a la misa dominical polinésica, toda una experiencia, recorrí en pequeños botes diferentes motus (pequeños islotes deshabitados), por supuesto degusté la deliciosa comida isleña como los pescados marinados en salsa de limón y coco y vi preciosos atardeceres bebiendo la cerveza local Matatu Mai, y pensando que cualquier paraíso, con una cerveza helada entre las manos, es mucho más paraíso.
Mi estancia en las Cook no fue corta pero tocaba a su fin, mi periplo acababa de comenzar, y para los que afirman que los viajes en el tiempo no existen les recomiendo que deambulen por el Océano Pacífico, por Tonga, Samoa, Fidji etc como hice yo, y descubrirán que la línea internacional del cambio de fecha, esa línea imaginaria que atraviesa el planeta desde el Ártico hasta la Antártida cruzando el Pacífico siguiendo el meridiano 180, hace que el planeta quede dividido en husos horarios, los países situados a la derecha de esa línea viven en el día de hoy, los de la izquierda en el “mañana”.
Yo volé de Nueva Zelanda a las Cook un lunes por la mañana y llegué a Raratonga el domingo por la tarde, pero también me paso que llegué a un aeropuerto para coger un vuelo y decirme que este salía al día siguiente o que ya había salido. En fin, un consejo, cercioraros de cambiar el horario de vuestro reloj, pero también hacerlo con la fecha, así os evitareis más de una sorpresa y que conste que os lo digo por propia experiencia.
¡Buen viaje!
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